El Principado de Sealand, fundado por Roy y Joan Bates, redactó en 1975 su propia Constitución y creó su moneda, su bandera, su himno e, incluso, su pasaporte y su escudo de armas.
El 2 de septiembre de 1967, el excomandante de la Marina de su majestad, el señor Patrick Roy Bates, abordó el fuerte antiaéreo H. M. Roughs, que descansaba a unos 13 kilómetros de la costa de Suffolk, en pleno mar del Norte y que estaba ocupado de manera alegal por unos piratas. Una vez allí, y por medios no completamente aclarados, el excomandante Bates, a quien todos llamaban Paddy, expulsó a los ocupantes con la intención de ser él mismo el que usase el fuerte. Su idea era establecer ahí una emisora radiofónica pirata. Disponía del nombre –Radio Essex– y de todo el equipo necesario para lanzar sus transmisiones al mundo, pero, sorprendentemente, nunca lo hizo. Apoyándose en una interpretación del derecho internacional tan cuidadosa como pizpireta, Bates y su mujer Joan declararon la independencia del fuerte y se autoproclamaron regentes de la nueva nación, a la que llamaron Principado de Sealand. Acababa de nacer el país más pequeño del mundo.
La historia de este trozo de metal se remonta a 1942, cuando el ejército británico instaló una serie de torres armadas en medio de los estuarios del Támesis y el Mersey para ayudar a defender la isla y, específicamente, Londres, de los ataques de la Luftwaffe. Se llamaron fuertes Maunsell en honor a su diseñador, el ingeniero Guy Maunsell, y estuvieron en funcionamiento como primera línea defensiva antiaérea hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Algunos estaban operados por el Ejército de Tierra y, con su silueta de acero corroído y agujerado por las toberas por donde asomaban cañones y ametralladoras, parecían monstruos de una novela steampunk, o algo extraído de una versión muy musculosa de La Guerra de los mundos. Otros fuertes pertenecían a la Royal Navy y su aspecto era más bien el de un buque de guerra apoyado en dos enormes patas cilíndricas de hormigón que se clavaban en el lecho marino, unos cuantos metros bajo el agua.
A finales de los años cincuenta, tras usarlos como campo de ejercicios militares, los fuertes Maunsell fueron abandonados y algunos desmantelados. Pero no todos. Unos cuantos del tipo retrofuturista aún se pueden visitar desde lanchas y barcos y, de vez en cuando, algún turista se sube allí para hacer el simio arriesgándose a pillar un buen tétanos. Y hay otro, de los que parecen una plataforma marina, cuya extensión (razonablemente grande) y posición geográfica (en aguas internacionales) suponía un reclamo demasiado suculento para la epidemia de emisoras pirata que se extendió por las grandes ciudades británicas en los años sesenta, coincidiendo con la llegada de los swinging sixties y la explosión de la música pop: el H. M. Roughs.
Durante casi diez años, el fuerte vivió una serie de abordajes, contraabordajes y ocupaciones por parte de piratas radiofónicos hasta que llegó septiembre de 1967 y Paddy Roy Bates terminó con el trasiego pirata de una vez por todas. Al declarar la fundación del Principado de Sealand, las aguas cercanas a la torreta se convertían en aguas jurisdiccionales del país y cualquier intento de internarse en ellas suponía un acto de hostilidad.
Todo parecería un asunto poco serio, una pantomima británica, pero el caso es que, en 1975, tras algún escarceo con la justicia británica, los Bates redactaron una Constitución e introdujeron su propia moneda, el dólar de Sealand, cuyo cambio oficial siempre es el dólar estadounidense. También diseñaron una bandera, compusieron un himno y comenzaron a editar su propio pasaporte. Todo ello bajo un escudo de armas que rezaba el siguiente lema: “E Mare Libertas” (Libertad desde el mar). Tras todo este despliegue de oficialidad, estaba la idea de que Sealand fuese reconocido como Estado soberano por alguna nación del mundo, cosa que estuvo a punto de pasar tres años después, y no precisamente gracias al himno ni a la bandera.
En agosto de 1978, un abogado alemán llamado Alexander Achenbach contrató a unos cuantos mercenarios para tratar de tomar la plataforma mientras Bates y su esposa estaban en Inglaterra. Achenbach se autodenominaba primer ministro de Sealand, pese a que lo único que poseía era uno de los folclóricos pasaportes que expedían los Bates como souvenir. El caso es que el abogado y los mercenarios irrumpieron en el fuerte con lanchas rápidas y tomaron como rehén a Michael, el hijo de los Bates, y a un grupo de sus amigos, que eran los únicos que estaban allí en ese momento.
Como un James Bond de marca blanca, Michael se deshizo de sus captores gracias a unas cuantas ametralladoras Sten que tenía escondidas en la plataforma. Tras varios forcejeos, el hijo de los Bates retomó Sealand, capturó a Achenbach y le acusó formalmente de alta traición. Mientras, los mercenarios se largaron a toda prisa porque no les pagaban lo suficiente para tanta tontería.
Como en Sealand no había departamento de justicia, el abogado permaneció detenido allí bajo fianza de 75.000 marcos alemanes (unos 35.000 dólares de la época). Aquí la historia se tornó oscura, porque, por supuesto, Alemania no estaba dispuesta a aguantar que un ciudadano de su país permaneciese, a todos los efectos, secuestrado. Así que enviaron a un diplomático desde la Embajada en Londres para negociar la liberación de Achenbach.
Tras varias semanas de negociaciones, Paddy Roy Bates accedió a la liberación del reo. No lo hizo como un acto de derrota sino más bien al contrario, declaró que la visita de un diplomático alemán a suelo soberano del Principado de Sealand constituía el reconocimiento de su país por parte de la República Federal Alemana, aunque los alemanes dijesen que de eso nada.
Desafortunadamente para los Bates, el reconocimiento de Sealand nunca se produciría porque, en 1987, el Reino Unido amplió su franja marina hasta las 12 millas náuticas de la costa absorbiendo a Sealand dentro del territorio inglés. Los Bates siguieron vendiendo sus pasaportes, sus monedas y sus banderas, más como souvenirs que otra cosa. A día de hoy, Sealand sigue siendo el país más pequeño del mundo, con apenas 500 metros cuadrados de superficie. Tras la muerte de Paddy y Joan, el príncipe actual es Michael, que vive en Suffolk y aparentemente ha abandonado las actividades de agente especial para dedicarse a la venta de artículos de pesca. Afirma que cada día le llegan a su página web centenares de solicitudes de pasaportes, banderas y monedas, pero que el artículo más solicitado es el título de Lord o Lady.
En efecto, se puede ser un noble de Sealand sin necesidad de demostrar ninguna alcurnia ni abolengo; basta con pedirlo por internet. Y solo cuesta 36.99 €.
Pedro Torrijos es arquitecto y acaba de publicar su primer libro, ‘Territorios Improbables’, donde habla de esta y otras historias curiosas relacionadas con el mundo de la arquitectura y el urbanismo.